Todo el día revolotea por mi mente la operación, con muchas ganas, con mucha ilusión. Todo el mundo dice lo mismo, que te cambia la vida y yo de verdad es que necesito un cambio urgente, porque esta situación me asfixia, me ahoga, es una prisión y una condena que estoy pagando sin cometer delito alguno. Es más, me considero una persona sensible, de buenos sentimientos. Pero no puedo llevar una vida normal: no puedo coger el transporte público, no puedo comprarme ropa, no puedo pegarme una carrera para aliviar mi ansiedad, estoy castigada sin playas ni excursiones de ningún tipo, de viajes, encerrada bajo las 4 paredes de mi casa durante todo el verano,… me paso la vida entre apuntes, seguir estudiando consigue que mantenga ese fino hilo con la realidad, sino me quedaría en casa, nadie me da trabajo (a pesar de tener títulos y títulos de estudios superiores). Aunque también sé que mis 155kg hacen que muchos profesores no me tomen en cuenta y valoren menos mis esfuerzos.
Esto es una realidad, realidad palpable por todos los que vivimos este infierno, realidad desconocida e incomprensible para la gran mayoría, para quien no lo vive o quien no tiene a alguien muy cercano que pase por esta pesadilla.
La obesidad mórbida es una enfermedad, como lo es el cáncer, como lo es el SIDA, pero la sociedad no lo ve como tal. Una compañera me dijo que era injusto, era injusto que pretendiera que la obesidad es una enfermedad. Me lo decía mientras fumaba, mucho, y yo pensaba para mis adentros: tal vez el día de mañana, Dios no lo quiera, de tanta mierda acabes con un cáncer de pulmón, que tu misma te has producido, día tras día, mientras hablabas de injusticias. La sociedad y el personal médico, será 1000 veces más sensible contigo, de lo que yo jamás hubiera podido soñar, y sin hacer nada.
La incomprensión lleva a la soledad absoluta. Porque llega un momento, el momento justo antes de explotar, que mires donde mires, no tienes donde agarrarte: te tuerces un dedo de una mano o vas al médico porque te has quemado con una sartén y cualquier problema es causado por la obesidad, alguien por la calle te grita: «¡¡te vendo unas pastillas para adelgazar!!» ante todos los transeuntes, el kioskero te pregunta si alguna vez has pensado en hacer dieta, con el puesto lleno de gente. El dolor se vuelve insoportable, junto con la frustración. Tal vez te había costado mucho llegar a ese kiosko, pero era tu meta, llegar y comprarte una revista como premio.
Desde que el endocrino me dijo que en mi caso era una enfermedad, que no tenía culpa, que entiende que muchos profesionales aprientan las tuercas puesto que si que es verdad que mucha gente no necesita un bypass gástrico, sino unos nuevos y buenos hábitos de vida y alimentación. Desde ese momento, duermo como hace años que no dormía, no me hago daño, no me torturo, no me castigo, ha disminuído mi ansiedad, respiro hondo y consigo llenar los pulmones, me levanto por la mañana pensando en mi ilusión, en hacer todo lo que me digan los médicos para recorrer el camino, en someterme a cada prueba puntual y preparada para lo que sea.
El bypass gástrico no es cirugía estética, ni es el camino fácil, es una oportunidad de vivir. ¿Sabéis qué? me muero por volver a nadar en el mar, por pegarme una caminata por el campo que me deje exhausta, en mirarme al espejo y no encontrarme con mi sonrisa pegada y mi mirada triste.
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